Para los griegos la crisis suponía una toma de decisión, una oportunidad… para hacer algo diferente…, tal vez… cambiar.

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Un proceso terapéutico es una oportunidad, es posible que la mejor y mayor oportunidad que tiene un ser humano para hacer de su vida un cambio.

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Todo cambio, por tanto, obedece a una crisis, y toda crisis tiene que ver con mis conflictos internos, tal vez proyectados en mi familia, mi pareja, mis amigos… Y mis conflictos internos siempre apuntan al cómo me siento o qué es lo que siento.

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Si resuelvo lo que siento y cómo me siento, mis problemas van a ir menguando, y mi vida va a tomar un cariz más transparente, más fluido y amoroso, de una mayor autenticidad.

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Yo soy muy respetuoso con mis pacientes, trato a cada ser humano como único. Sigo su proceso en mi consulta acompañando, yendo de la mano, juntos… en éste que es su camino.

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Y durante el camino, como en todo camino, pueden ocurrir muchas cosas: se puede llorar, se puede reír, se puede odiar, se puede amar, se puede abrazar, se puede rechazar, se puede gritar, se puede guardar silencio, se puede sentir angustia, se puede meditar, se puede experimentar… sobre todo experimentar. Como la vida misma, ¿no?

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